Me contratan con frecuencia profesionales y organizaciones de diferentes tamaños y número de empleados. Trabajo con ellos en grupos de hasta 15 personas o individualmente. En los últimos años, principalmente tras la pandemia, he tomado conciencia de que muchas de estas personas tienen problemas relacionados con la salud mental. Ansiedad, estrés, miedos irracionales, ataques de pánico… que provocan sintomatología psicosomática, generada en la psique y que se refleja interna o externamente en el soma, el cuerpo.
El primer mundo parece que se haya vuelto loco, largas jornadas, exigencia máxima, objetivos, a veces inalcanzables, etc. Éstos, casi siempre son factores externos, sobre los que las personas tienen mínimo control porque dependen casi siempre de la cultura de la compañía o de la sociedad en general, por ello, me gustaría ahondar en otros factores, los internos, sobre los que sí hay posibilidades de actuación personal. Me refiero, principalmente, al alto grado de auto exigencia y de presión personal que muchos profesionales se auto imponen, a la reducida capacidad para decir que no, a la baja tolerancia a la frustración y a la percepción de los errores, que se pueden cometer en cualquier puesto de trabajo, como fracasos.
Aún sonando bastante negativo el párrafo anterior, mi objetivo con esta tribuna es dar claves para reducir todo aquello que no nos beneficia, a través de nuestra capacidad de gestión y de gestionarnos.
La auto exigencia se produce normalmente en personas con una alta capacidad de trabajo, casi siempre muy inteligentes y que necesitan, en cierto modo, la aprobación de los demás. La auto exigencia tiene sentido para estas personas cuando otros también ven los resultados y, éstos, se adecuan a las expectativas previamente establecidas. El dilema con esta conducta es, ¿cuándo parar?, puesto que la auto exigencia es muy voraz y no tiene fin, más allá de la extenuación.
Este nivel de presión al que se somete la persona acaba generándole una sintomatología física y psicológica con sufrimiento constante y, duradero en el tiempo, si no se pone remedio.
Para reducir la auto exigencia la mejor medicina es tomar conciencia de que somos humanos, no somos súper héroes y no podemos con todo, ni llegar a todo. Por ello debemos comenzar a priorizar y dar valor a las tareas y responsabilidades en función de criterios claros en los que nuestra persona sea la primera beneficiada. Esto no significa comenzar a ser egoístas, sino pensar en nuestro equilibrio, en que estemos bien primero para, desde ahí, dar lo mejor de nosotros a los demás.
Para ello, comenzar a decir que no, es clave para aumentar nuestra capacidad de priorización. Decir que no es algo que muchas personas no hacen porque a nivel inconsciente sienten que dejarán de ser queridos por esa persona a la que han dicho que no. mi jefe ya no me valorará, mi compañero me mirará mal, mi pareja ya no me amará, mis amigos ya no me llamarán… Sin embargo, no somos conscientes de que, cuando no decimos que no a esas situaciones, personas o momentos a los que deberíamos decir no, realmente a quien estamos diciendo no, es a nosotros mismos. Esta frase algo enrevesada define muy bien lo que les pasa a muchos profesionales. Diciendo sí a otras personas, acaban diciéndose no a ellos mismos.
Por tanto, decir no es tan sencillo como identificar esos momentos en los que decir sí implica negarte a ti mismo. Es comenzar a utilizar esta palabra tan poderosa en aquellas ocasiones en las que hacerlo te repercute positivamente.
Otra de las razones por la que nuestra salud mental se puede ver afectada es la manida tolerancia a la frustración. Algo que se le achaca a la juventud actual, pero que ya se decía anteriormente de otras generaciones. Recuerdo haber oído cuando era joven la siguiente frase, “la juventud de hoy en día aguantáis menos que antes”. Si preguntas a los jóvenes actuales, te dirán que ellos también han recibido esa frase por parte de alguien mayor que ellos.
La tolerancia a la frustración no depende de la edad, sino de cómo tú la construyes a lo largo de tu vida, de tus experiencias y aprendizajes.
La frustración, en sí misma, puede ser una emoción muy dañina, pero identificarla, conocerla y gestionarla es lo que nos acerca al éxito.
Una de las mejores maneras que yo conozco es no hacer interpretaciones sesgadas y negativas para nosotros. Pongo como ejemplo el momento en el que un profesional comete un error y comienza a pensar que no sabe, que no va a aprender o que no vale. A partir de ahí entra en un mundo interpretativo donde la culpa toma protagonismo y acaba concluyendo que ha fracasado y que, por tanto, no deberá volver a intentarlo. Esta interpretación subjetiva genera frustración e impotencia, impidiendo cualquier aprendizaje posterior.
El error debe ser visto como lo que es, un hecho objetivo que puede ser cambiado en el futuro con ayuda o con nuevos aprendizajes para desarrollar habilidades que, probablemente en este momento, todavía no tenemos. Ver el error como un fracaso es algo que cierra puertas al crecimiento profesional y personal.
Finalmente, si crees que todo esto te supera y que no tienes suficientes habilidades para manejarlo, mi recomendación es que hagas lo mismo que haces cuando se te estropea el coche o se te rompe una tubería. En el primer caso, llevas el coche al mecánico y en el segundo, llamas al fontanero. Si crees que tu salud mental puede llegar a estar en juego, adelántate y busca ayuda profesional para encontrar esas herramientas que te ayudarán a transitar por esta vida tan híper conectada que genera una sobre estimulación a la que es difícil acostumbrarse.