Jesús Banegas
Presidente Foro de la Sociedad Civil
Tan excepcionalmente brillante como raro y controvertido, el ingeniero, matemático y filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, dejó asentado hace un siglo el concepto “tautología” -una palabra esencial en su epistemología de la ciencia- como “una combinación de proposiciones que será siempre verdadera, con independencia de que lo sean o no sus componentes”. Por tanto, cabe decir que “una tautología no expresa nada”.
Es obligado recordar, al respecto, la famosa frase que cierra su archifamoso Tractatus: “Si de algo no se puede hablar, mejor es callarse”.
La inmensa mayoría de quienes opinan sobre la tautología del cambio climático no conocen, o ignoran si lo conocen, a Wittgenstein y su obra. Para demostrar este aserto basta preguntar al famoso -y ridículamente sobrevalorado- Chat GPT, quintaesencia de la Inteligencia Artificial, que recomiende “un libro monográfico sobre el cambio climático debido al hombre escrito por un reconocido científico”. La chistosa respuesta es el libro de Al Gore, “Una verdad incómoda”. Como esta IA de Microsoft, no es del todo tonta, añade que, aunque Al Gore no es un científico utiliza argumentos de científicos, sin citarlos. Añade el Chat GPT -al servicio de la ideología woke- que las tesis del cambio climático -a la moda- es verdadera, sin que medie pregunta alguna al respecto.
Es evidente, como repetiría sin duda un Wittgenstein resucitado, que tanto Al Gore como el Chat GPT lo mejor que podrían haber hecho y hacer es callarse. Todos los anuncios catastrofistas de Al Gore y sucedáneos, han dejado de ser ciertos por el mero transcurso del tiempo, y sin embargo no se callan.
Frente a las cada vez más ridículas y catastróficas profecías del popular cambio climático, que sin excepción perecen cuando se contrastan con la realidad, he aquí un breve conjunto de sentencias antitautológicas y por tanto expresadas en términos empíricamente contrastables y -como estableció Karl Popper- falsables:
El clima siempre ha cambiado y seguirá cambiando a lo largo de la historia, con independencia del número y quehaceres de los habitantes de la tierra.
La atmósfera -incluido el CO2– que rodea la tierra es única, indivisible y por tanto inasignable a ningún territorio concreto.
El CO2 -el declarado enemigo de los "climatólogos”- es una parte muy pequeña -treinta veces menos que el vapor de agua- de los gases de efecto invernadero que se supone calientan la tierra.
Sin CO2 la vida de las plantas, los animales y los seres humanos no sería posible.
No existe correlación histórica significativa entre las emisiones de CO2 y el calentamiento de la tierra. Según la NOAA, entre 1895 y 2020, la temperatura media de la tierra se ha mantenido relativamente estable -oscilando entre 50 y 55ºF- y el CO2 acumulado en la atmósfera ha crecido sin cesar mientras tanto.
Todos los modelos matemáticos de ordenador -que no prevén nada que no haya sido programado humanamente- que anuncian desastres futuros, si se aplican hacia atrás en el tiempo siempre fracasan en sus previsiones.
El mundo, y sobre todo sus habitantes, siempre han soportado mejor los calentamientos que los enfriamientos de la tierra.
Este tipo de argumentos, a diferencia de las tautologías, son proposiciones que expresan “imágenes de hechos”, en lenguaje de Wittgenstein, a diferencia de las que él denominaba “místicas”. Y puesto que los hechos están a la vista de los que quieren verlos, cualquier discusión epistemológica del cambio climático debiera pasar, “de las musas -místicas- al teatro” de la realidad. Los apóstoles de la creencia climática, sumergidos en su pensamiento religioso -o filosóficamente, metafísico- viven en sus nubes, mientras la realidad terrenal asociada a la incuestionable y necesaria sostenibilidad y mejora si cabe del medio ambiente tiene vida propia.
En el reciente libro monográfico sobre el cambio climático -EL CLIMA. No toda la culpa es nuestra (2021), escrito por un muy reconocido científico, Steven E. Koonin, el autor con un exquisito rigor epistemológico concluye seria y responsablemente con las siguientes proposiciones lógicas -no tautológicas- que además de ser comprobables y ciertas, son de sentido común:
- El ser humano lleva milenios adaptándose a los cambios en el clima y durante la mayor parte de ese tiempo ha logrado hacerlo sin tener ni la menor idea de qué cosa podría estar causándolos.
- Modestas medidas iniciales pueden ir reforzándose según vaya cambiando el clima.
- La adaptación a los cambios climáticos es necesariamente local: no exige el consenso, el compromiso ni coordinación globales.
- La actuación es autónoma. Es lo que las sociedades hacen y llevan haciendo desde que la humanidad las creó (los holandeses y sus diques).
- Lo adaptación es eficaz. Las sociedades han prosperado en entornos que se extienden desde el ártico hasta los trópicos.
En todo caso, puesto que todo el mundo puede y debe estar de acuerdo con la protección y mejora del medio ambiente, cabe recordar que: los daños ambientales para la salud y la vida han venido disminuyendo sin cesar desde 1990, el uso de recursos naturales desciende sistemáticamente con la riqueza de los países, la desforestación viene reduciéndose hace décadas en los países pobres mientras que los bosques crecen en los ricos; y que la libertad política y económica es más amiga de la conservación de la naturaleza que sus enemigos.